domingo, 6 de septiembre de 2009

¿Por qué sigue atrayendo Gran Hermano?




Por el placer que sentimos al mirar la vida de los otros.

Pero como se dice en la adaptación de Alicia en el país de las maravillas de Disney: comencemos por el comienzo.

Como ya se ha comentado desde hace diez años, el término Gran Hermano aparece en la que sería la última novela de G. Orwell: 1984. En esta novela Gran Hermano es ese dios omnipresente que todo lo ve. Es ese ojo, esa cámara, que está instalada en cada casa para ver lo que hacen sus habitantes, para establecer el control total de la sociedad. Un ojo opresor y fascista que elimina a los que no piensan según lo establecido por el Gran Hermano. En la novela se describe una manipulación total de los medios de comunicación alterando y revisando todo la información pasada y presente. Una sociedad que vive bajo la continua sospecha, el continuo juicio y el continuo castigo.
Eso es el Gran Hermano de Orwell y de ahí han sacado la idea para este programa, y la verdad es que no se han equivocado:
El programa Gran Hermano enjuicia, castiga o idolatra a sus habitantes: unos concursantes, que se convierten en meros conejillos de indias, en personajillos del laboratorio de la televisión cuya máximo objetivo es el índice de audiencia, y a cambio de ésta, los directores y guionistas del programa están dispuestos a humillar tantas veces haga falta a unos voluntariosos concursantes que buscan la falsa vanidad que ofrece la fama, y que desgraciadamente, durará lo que dure la temporada en antena para luego terminar en un cementerio de monstruos, en la planta de reciclaje de los “freakis” televisivos; y finalizar, por último, en el salón de su casa asistiendo al comienzo de la siguiente edición de Gran Hermano y preguntándose si mereció la pena.

El programa Gran Hermano es un gran juicio que no se celebra en un juzgado sino en un plató televisivo. Mercedes Milá ejerce de jueza sumarísima, los abogados de la defensa y de la acusación son esa amalgama de “expertos” colaboradores, “avezados” periodistas y resto de fauna que desfilan por los Sálvame, AR y demás programas del estilo, es decir, los Kikos, Lequios, Belenes, Karmeles y Jorges Javieres, provistos, eso sí, con una moral que ellos mismos se han otorgado gracias a la aquiescencia de Telecinco que está dispuesta a todo por arañar una décima en el share mensual. Y ya por último, el papel de jurado se le ha dado al televidente, al público que ha cambiado la tentación de expiar al vecino de enfrente, por una tarea más sencilla y que consiste en encender la televisión y mandar un mensajito de móvil a un número que repiten hasta la saciedad, vendiéndolo como “ese gran invento” que permite la interacción entre el público y la televisión, al precio de 1,2 euros más IVA, eso sí.

Pero volviendo a la pregunta que hemos planteado al principio: ¿Por qué sigue atrayendo Gran Hermano?. (Sobretodo cuando sabemos que es en España en el único país que sigue existiendo el programa, y que después de diez años en antena la idea ya debería de estar un poco gastada).

Por es ese placer que se siente de ser un voyeur anónimo. El placer de ser el visitante de un zoológico de hombres que observa desde casa, hipnotizado por el comportamiento de sus congéneres. Ese espectador del coliseo romano cuyo pulgar en vez de erguirse o apuntar hacia el suelo lo que hace es marcar las teclas de su móvil para condenar a la muerte televisiva a esos nuevos esclavos mientras Mercedes “Caesar” Milá asegura que sólo faltan cinco minutos para cerrar los teléfonos y saber quién es el nuevo expulsado.
Quizá no haya nada tan interesante como mirar a los que son iguales que nosotros. Espiar su intimidad, asistir a besos a escondidas, a desnudos robados, a cuchicheos sin que el resto del grupo lo sepa. Somos los confidentes de todos los concursantes, falaces amigos ocasionales que conocen más de su vida que sus propios amigos de verdad.
Y de esa manera elegimos nuestro concursante favorito y al que odiamos sin que sepamos el porqué. De esta manera identificamos nuestras miserias y nuestros deseos con los Grandes Hermanos, envidiando a los guapos y a las guapas, amando a la muchacha que apenas habla, al chico ese que no para de limpiar o detestando a esa que tan lista parece. Asistiendo agazapados a un amor prohibido, a una infidelidad o a una caricia bajo las sábanas
Para opinar de todo eso hemos creados foros, blogs, chats, aparte, por supuesto, de la clásica tertulia a la hora del café. Y es que cuando hablamos de los concursantes estamos hablando de nosotros mismos. Cuando nos alegramos o entristecemos por la salida de uno de ellos, lo que realmente hacemos es emocionándonos por nuestra vida. Y tenemos que saber que cuando nos sentamos enfrente de la televisión nuestra vista no penetra el cristal de la televisión, sino que se queda sobre la pantalla y lo que vemos es el reflejo de nuestras caras expectantes ante una historia que es la propia.

Pero no se olvide señor o señora, no se olvide niño o niña, abuelo y abuela. Karmele no te olvides: “EL GRAN HERMANO TE VIGILA”.

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