sábado, 3 de octubre de 2009

Mercedes Milá




Doble personalidad es en esencia cuando en una sóla cabeza conviven de manera separada dos o más mentes. Si bien hay muchos psicólogos, psiquiatras y demás personal del mundillo mental que aseguran que los casos de doble personalidad pura apenas existen. Por cierto estos señores o señoras ya no lo llaman doble personalidad sino con el extraño nombre de: transtorno disociativo de identidad.

Pues bien, cuando me refiero a Mercedes Milá en mi mente se produce un transtorno disociativo de identidad. Por una parte la admiro, por otra, hace tiempo que dejó de gustarme.

Hace poco apareció, para eso de la promción de GH, en una sosegada entrevista en Sálvame Deluxe y no miento si digo que me encantó, al menos me encantó tres cuartos de la misma. Una Mercedes Milá lúcida, calmada, sin decir chorradas, sin hacer aspavientos, sin cabrearse porque pasara una mosca por allí. Recordando su extensa y admirable vida laboral, comentando las mejores anécdotas con personajes de verdad, como políticos, escritores o actores, y no a esa chusma de reality a la que últimamente quiere convencer del placer que se obtiene al hacer pipí en la bañera. Porque Mercedes a todos nos da igual que hagas pipí en la bañera o popó en alta mar.

Hace muchos años, Mercedes tenía la virtud de hacer esa pregunta que todas tenían en la cabeza, esa cuestión que nadie se atrevía a realizar al político corrupto y que ella pronunciaba con mala leche pero tranquila. Y, fíjate, ahora esa mala leche para lo que sirve es para cuestionar la lucidez de una tal “Lis” o de una tal “Pilarita”.
No niego tu profesionalidad, sólo hay que repasar el año que presentó Gran Hermano un aburrido y descreído Pepe Navarro. Tampoco niego la férrea defensa que haces del programa. De todas formas, menos mal que hace tiempo que dejaste de denominarlo “experimento social”, porque cuando decías esas palabras habían muchos sociólogos que se hacían pipí, pero no por el placer de miccionar en la bañera, sino por la risa que le daba.

Y tengo que decirte, Mercedes, que me gustabas mucho, y actualmente, de vez en cuando, también me gustas. Me gustas cuando no eres sensacionalista, cuando no montas “el drama” por tonterías, cuando no me vendes estupideces, cuando no persigues el titular fácil, en los momentos que no enseñas tus bragas para hacer bueno el refrán: “lo que se coman los gusanos que lo vea antes el cristiano”, en esos instantes en los que en vez de a pobres marionetas, que están (como tú) más preocupados por impactar a la audiencia, entrevistas a personas de verdad, sin importante el share del día siguiente, porque Mercedes, a ti ya debería de dejar de haberte importado el dichoso share, ¿no crees?.
Tengo que confesarte, Mercedes, que te admiré, y a ratos te sigo admirando. (Ya he comentado al principio mi problema de doble personalidad). Pero mi admiración por ti no me ciega cuando veo que a veces usas el “amarillismo y la demagogia” como recurso, o que los propios Grandes Hermanos se ríen de ti, e incluso algunos te tienen como a la “bruja mala”, como a una parodia de ti misma, como a una parodia de todo eso que fuiste y que yo tanto admiré. Y por ello, por aquellos años, te doy las gracias a modo de mero espectador, y esperando la llegada de tiempos mejores seguiré con mi Transtorno Disociativo de Identidad.


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