miércoles, 21 de julio de 2010

Kiko Hernández




Se trata de un personaje peligroso de esos que cuando te encuentras en una esquina de la noche, fumando un cigarro y apoyado en una farola cuya tenue luminosidad proyecta su sombra tenebrosa, cambias de inmediato de acera, o mejor, te das media vuelta y sales corriendo en dirección contraria.
A él le gusta vestir de negro, le gusta escudriñar la desgracia ajena. Disfruta siendo “el malo” de esa “superproducción” audiovisual denominada SÁLVAME. Para ello se encorva un poco, torna su voz para que suene partida, rota por sus gritos llenos de insultos, no le guste que le enfoquen cuando sonrie, porque él es "malo", e imitando a “Las urracas parlanchinas” deambula por el plató desafiando con su mirada colérica a sus contrincantes.
Y así, ese impostado cuervo, esa falaz imitación de Dark Vader, ese personaje secundario sacado de una mediocre película de terror, inflama los índices de audiencia con su verborrea, convirtiéndose en el guardian de una ética que proclama basada en la mentira, en la idiotez y en la traición.Porque lo que él quiere es que le cuentes tus desgracias, de ellas vive, de ellas se alimenta.Él lo que quiere es que cualquier famosillo le llame a su teléfono para narrarle, en la más estricta confidencialidad, que su novia le ha puesto los cuernos, que llore, que le suplique una amistada que él venderá a cambio de un bonito cheque que besará como a su amante.
Se trata de un “personaje” vil, repleto de odio, de rencor, recubierto de una autoridad que nadie sabe quien le ha dado, cuyo juego preferido es el que juega con las cartas marcadas. Un mercader de almas, un telepredicador de la bsaura, que comercializa con lágrimas y vísceras y cuyo mejor amigo es el cajero automático de su banco.
Se trata de un nuevo Fausto que ha vendido su alma al demonio, pero esta vez, a cambio de una fama pasajera y estéril que lo único que le dejará será soledad.

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