lunes, 31 de agosto de 2009

Belén Esteban



Belén, aunque tú no lo sepas, eres una divinidad Olímpica reinterpretada para el siglo XXI y los poetas de la Grecia clásica ya hablaron de ti. En aquel entonces en vez de Belén te llamabas Hera y fuiste una diosa.

Voy a seguir contándote Belén: hace muchos siglos respondias al nombre de Hera, una diosa, la mujer de Zeus el dios más grande del Olimpo, lo mismo que el torero Jesulín era el dios de la revistas rosas, el número uno a la hora de llenar los cosos taurinos y, por lo que dicen, tenía un todopoderoso poder para meter chicas en su cama, ese poder que la providencia sólo reserva a unos pocos elegidos. Como diosa eras la protectora del matrimonio y de las mujeres casadas, tenías una hija, sí Belén, una hija que se llamaba Ilitía y que se convirtió en la protectora de las mujeres en el parto.
Los poetas del momento narraban tus “batallitas” como ahora los cronistas de la cosa rosa, los colaboradores recauchutados y los juntaletras envidiosos cuentan las actuales. Pero Belén te tengo que decir que aquellos rapsodas de la antiguedad también escribieron que Hera fue celosa, violenta y vengativa. Que no parabas de acosar y perseguir con tus temibles celos a las numerosas amantes de tu díscolo esposo Zeus. Decían que tu cólera te llevó, incluso, a castigar a los descendientes que el gran “torero” Zeus, perdón, que el gran dios Zeus tuvo con otras diosas, heroínas o mujeres. E incluso te llegaste a enfrentar con Afrodita y Atenea en un concurso de belleza... En fin Belén, como te darás cuenta la historia se repite y es que el universo no deja de plegarse una y otra vez sobre sí mismo y al final ya no hay nada nuevo, todo ha pasado con anterioridad.

...Y regresando a nuestro tiempo...Belén también quiero decirte que la tuya es la historia de una mujer de barrio (como tú te autodefines, aunque todos somos de barrio), una mujer normal de esas que te encuentras al cruzar por la calle, de esas que al tropezarte su recuerdo apenas perdura en la memoria. No eres especialmente guapa, ni alta, ni creo que poseas ninguna destreza especial como el don de la música, de la pintura o de la escritura. Tú Belén eres una más, una madre más, una mujer cualquiera a la que el padre de su hijo la dejó. En nada te diferencias del resto, nada tienes de especial. Pero en eso, precisamente, radica el secreto de haberte convertido en una diosa, en la Hera moderna; tu normalidad te ha llevado al Olimpo. Esa normalidad cotidiana que hace que tus portadas en Interviú se agoten en el quiosco, ese atractivo que ven en ti los hombres, porque cuando te desean, desean a la vecina de enfrente, a su compañera de trabajo o a aquella amiga que hace años no ve. Ellos desean esa Verdad que tu ofreces. Ese cuerpo y esa piel real que tan lejos está de la frialdad de las curvas de una modelo o una actriz, ese cuerpo que está esculpido por los platos de potaje y papas con huevos fritos. Tus palabras poco tienen que ver con discursos impostados. Tus frases son gramaticalmente incorrectas, tu ropas compradas en la tienda de la esquina, en el mercadillo o en el centro comercial. Tus lágrimas provienen de tus entrañas e inundan las entrañas de los que te ven, tus suspiros son a pulmón abierto, los latidos de tu corazón resuenan por los altavoces de la televisión y tus sentimientos llegan hasta la médula. En ti esta toda la verdad que cualquiera puede encontrar en su vida. Y de esa manera cuando se enciende la televisión y apareces con tus ojeras, con tu mil veces contada historia del torero y La Campa, en vez de desconectar de inmediato el aparato, nos quedamos hipnotizados, seducidos por alguien tan vulgar como nosotros mismos. Por eso la gente te adora porque eres de verdad, con miles de defectos y miles de virtudes. Verte a ti es ver en el espejo nuestra propia vida. Por eso diosa, por eso mujer, tú eres la imagen que refleja todas las vidas que desde el saloncito de casa no se pierden ni una de tus intervenciones.
Eres la madre universal, la esposa universal, la exnovia universal. Tu vida es la vida de todos, la manera en la que ríes es la manera en la que todos nos reímos, tu manera de llorar es igual a la de todos, perteneces a ese “subconsciente colectivo” del que hablaba Jung. ¿Y sabes qué?.....todos esos que te detestan es porque detestan su propia vida.

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